La rotura del ligamento cruzado anterior (LCA) es una de las lesiones más comunes y graves dentro de las lesiones de rodilla, particularmente en atletas y personas activas. Este ligamento juega un rol fundamental en la estabilidad de la rodilla, ya que previene el desplazamiento anterior de la tibia respecto al fémur y controla la rotación de la rodilla. Su importancia biomecánica radica en la capacidad de limitar estos movimientos excesivos que pueden llevar a inestabilidad y daño articular progresivo. Una rotura completa del LCA generalmente provoca una sensación de “falta de control” en la rodilla, lo que puede impedir la práctica de deportes o actividades que demanden giros bruscos, cambios de dirección y fuerza en la articulación.
El tratamiento quirúrgico es necesario en la mayoría de los casos para restaurar la funcionalidad y estabilidad de la rodilla, especialmente en pacientes jóvenes o activos que desean retomar actividades físicas intensas. Aunque algunos pacientes pueden compensar parcialmente la inestabilidad con fortalecimiento muscular, la mayoría presenta una inestabilidad crónica que termina generando daños adicionales, como meniscopatías o desgaste del cartílago articular, si no se realiza la reparación. La cirugía de reconstrucción del LCA suele implicar la creación de un nuevo ligamento, comúnmente mediante injerto, para restaurar la biomecánica de la rodilla y evitar la degeneración prematura de las estructuras articulares.
El posoperatorio de la cirugía de LCA requiere un enfoque específico en la recuperación de la movilidad y estabilidad. Una meta esencial en esta fase es lograr una flexión de más de 90 grados y una extensión completa de 0 grados, ya que estos rangos de movimiento son clave para la funcionalidad normal de la rodilla y la prevención de contracturas o rigidez articular. La extensión completa, en particular, es crucial para evitar un patrón de marcha alterado que podría producir sobrecarga en otras articulaciones, como la cadera y la columna lumbar. Estos objetivos de movilidad también facilitan el retorno seguro a las actividades cotidianas y deportivas, dado que cada grado de movimiento cuenta en la funcionalidad óptima de la rodilla.
La técnica artroscópica es actualmente el método preferido para la reconstrucción del LCA, pues permite una intervención mínimamente invasiva que reduce el trauma en los tejidos circundantes y minimiza el riesgo de complicaciones. Esta técnica no solo facilita una recuperación más rápida y menos dolorosa para el paciente, sino que también disminuye las probabilidades de infecciones y mejora los resultados estéticos debido a las pequeñas incisiones. Además, la artroscopia permite al cirujano una visualización directa y precisa de la articulación, lo que favorece una colocación adecuada del injerto y una reconstrucción anatómicamente alineada.
La recuperación completa de una cirugía de LCA lleva meses y requiere un enfoque gradual en la rehabilitación. Durante las primeras semanas, es esencial el control de la inflamación, dolor y aumento progresivo del rango de movilidad. En los primeros tres meses, el fortalecimiento muscular es fundamental, especialmente de los músculos del cuádriceps y los isquiotibiales, que brindan soporte adicional a la rodilla. Posteriormente, entre los 6 y 12 meses, se enfoca en el retorno progresivo a actividades físicas y deportivas de impacto. La rehabilitación supervisada y el compromiso del paciente en el programa de ejercicios son determinantes para un resultado exitoso y el retorno seguro a sus actividades previas sin limitaciones.